El haiku – Del ejercicio de la contemplación o el acecho de la belleza

Porchia escribió, «Lo hondo, visto con hondura, es superficie» de igual modo tendríamos que, la superficie, vista con hondura, también se hace hondura. En este mundo repleto de cosas, son todas las cosas vanas o sagradas, son todas ellas superficiales o profundas, es lo mismo o da igual. La profundidad del haiku es su superficie y su superficie es la profundidad, forma y contenido son lo mismo, no hay nada que agregar, solo podemos contemplar:

 

Labrando el campo:

La nube inmóvil

Se ha ido.

 

Mientras se labra el campo, una nube que parecía inmóvil, se ha ido, solo podemos decir eso, es decir: lo mismo pero con otras palabras. En la contemplación no sucede un reflexionar ante los hechos, sino un despertar ante el fenómeno. A tal despertar lo llamamos iluminación o satori: vida consciente del aquí y ahora. Volvamos a contemplar:

 

El viento de invierno sopla,

los ojos de los gatos

parpadean.

 

Nuevamente sin nada que decir, un viento que sopla, unos gatos que parpadean, solo es eso y nada más. En este haiku, el tiempoy no me refiero al invierno, sino al parpadeo– al igual que en el anterior donde está esa nube que se va y se ha ido, sucede sin que nadie pueda detenerlo, y es que en realidad no se intenta detener, no hay una lucha ante el tiempo. El haikuista en el ejercicio de la contemplación es como un espejo, no toma pero tampoco repele, recibe pero no conserva.

 

La vieja charca:

una rana salta adentro,

¡oh!, el chasquido del agua.

 

o

 

Sobre el estanque muerto

Un ruido de rana

Que se sumerje.

 

¿Qué es esto de la rana y el estanque? Nada, solo una rana que se sumerge en un agua que estaba quieta y ya no lo está. Solo hay eso, no busquemos más, nada nos será revelado. Sin embargo, al leerlo se nos viene una pequeña sucesión de imágenes, como si nosotros mismos hubiésemos contemplado el instante en que ello ha sucedido, como si la memoria nos perteneciese.

 

Ante este blanco

crisantemo, las mismas

tijeras dudan.

 

Quien sostiene las tijeras pudiese ser cualquiera, así como en la nube, los gatos y el estanque, el haiku se escribe como la memoria sensitiva del sujeto hacia los fenómenos de la naturaleza. El sujeto en la contemplación, con su casa ya vacía, y descargada de sombras e identidades, presta su miríada de la experiencia sensible, no como un yo referente, sino como un no-yo desde el cual hacer al lector referente. Entonces si aceptamos esto, tendríamos que:

La experiencia del haiku: es la de una memoria sin tiempo, refractada al lector desde la vacuidad de un sujeto innominado.

De la muerte y el sentido de la vida

-De la muerte Y El sentido de la vida-
Junior Velázquez

William Adolphe - El dia de la muerte

William Adolphe – El dia de la muerte

El amor de Paris y la guerra de Troya, ambos de importante apariencia en los cantos de la Ilíada, no llaman mi atención a día de hoy. Considero más íntimamente relevante la inmensa tragedia de aquel soldado que se marcha a una guerra donde sabe que va a morir.

La decisión de ir a la guerra, sabiendo el inefable augurio de la muerte, hace de nuestro Aquiles aquello que miles de años luego Heidegger llamaría Dasein «el ser que sabe que va a morir». Todos nosotros sabemos que un día nuestros ojos no se abrirán jamás, que habrá desaparecido para siempre la costumbre del día y de la noche. Pero esta creencia de sabernos finitos, es de cierto modo un acuerdo donde todos tácitamente fingimos saberlo. Ya que existe una especie de opio en el aire de la vida que hace de la muerte algo que nunca nos sucede, sino que le acaece al otro.}

Aquí plagiare un verso de Rimbaud que sino me equivoco dice «yo soy el otro», yo como cualquier otro digo estar consciente de saber que nací para morir, de saber que mi vida es efímera, y que la vida de mis allegados es igual de frágil; sin embargo y contradictoriamente como cualquier otro, vivo como si nunca fuese a morir, veo la luna como si mañana mis ojos volverán a dar con ella, escribo a medias cuentos y poemas, como si esperase que la vida me premie para terminarlos, y así voy por el mundo saludando a mis amigos, cenando con mi familia, asumiendo el hecho como cualquier cosa y nunca pensando en el increíble milagro de haber sorteado la muerte o sin pensar que aquella noche será la última.

En la actualidad hay un grupito -inmenso- de jóvenes filósofos, en su mayoría estudiantes de bachillerato que van por ahí predicando «se tú mismo» y acuñando con igual facilidad la locución «Carpe diem», reducto de una frase latina que se ha traducido como «vive el ahora». De la primera frase no diré mucho -aunque nunca soy de decir mucho- ya que ella sencillamente obedece a la moda de los distintos alineados. Ahora la segunda frase atribuida a Horacio llega hasta nuestros días, un tanto desvirtuada y mal gastada, quien lo dice suele ser como el niño que juega el profundo y místico juego de la rayuela. En esta época contemporánea o post-moderna como lo llaman algunos, decir «vivir el ahora» se reduce sencillamente a beber y follar, es decir a la inmediatez del placer y no a estar consciente de la posibilidad yacente en todas nuestras posibilidades, la muerte.

Porque si, como lo dijo un señor, la vida es posibilidad y la muerte, la posibilidad imposibilitadora de todas nuestras posibilidades, presente en cualquier posibilidad. Sé que exactamente no fueron estas sus palabras, pero su palabra no importa, porque la palabra es referente de la realidad, y la realidad es solo la sombra de lo real.

Henri Levi - La niña y la muerte

Henri Levi – La niña y la muerte

Volviendo al mundo del placer inmediato, al que yo prefiero llamar al igual que los japoneses «el mundo flotante» es para mí un mundo tan des-sacralizado como el moderno mundo laboral que busca únicamente lo útil y lo productivo. Ambos senderos de la vida me parecen de significación tan pobre que su fin se consume en su propio acto. Uno -si es que puede o llega a vivir para hacerlo- se compra la casa, el carro, folla y ¿luego qué?

En la pregunta del ¿luego qué?, del ¿cómo para qué?, del ¿por qué? y de otras tantas cuestiones de esta vida nos pueden tranquilizar las respuestas que nos ofrecen las diversas religiones y listo, fin del relato. Terminaría yo de escribir, si no existiesen personas que no creen o dudan de las respuestas emitidas por el poder pastoril.

A ellos les digo, que sí, que puede que este mundo sea el único mundo, que esta vida la única vida, que no hay sueño del cual despertar, que la muerte no es un nuevo comienzo, sino un final. Que posiblemente, antes de nacer usted sea nada, y que al morir usted vuelva a la nada, y que ese intervalo entre la nada y la nada, en palabras de mi amigo Sartre “sea de dudosa importancia”. Y digo amigo, porque uno siente una especie de amistad hacia aquel que batalla y confronta nuestras mismas gélidas angustias, esta palabra «gélida» no responde a una necesidad estilística o barroca, de abultarnos con adjetivos innecesarios, sino al íntimo sentimiento -seguramente compartido por muchos- que fuera de las religiones hace mucho frio.

Es necesario retomar la idea de la posible no-importancia y sin-sentido de la vida, porque uno no puede decir alegremente o como si nada «la vida no importa» y quedarse ahí, a esta frase se le anexiona el hecho, del ¿Por qué si la vida no importa, yo he llorado la muerte? y ¿Por qué si la vida es un camino de la nada hacia la nada, yo decido vivirla, cuando fácilmente podría quitármela? Esta respuesta me es sencilla y la realizare desde el «yo» al igual que la pregunta, puesto que el «yo» citando mal a Wittgenstein, es un punto de referencia común que nos ha inventado el lenguaje, para que el otro se exprese desde un uno pese… a ser otro. Así que como un uno, un otro y un yo plural, argumento que si algo me sujeta a esta vida, anulando diariamente el acto del suicidio, es dirán algunos mi instinto de preservación, no se los discutiré; pero más allá junto al posible no-sentido hay algo agazapado que es la memoria empírica de lo bello inusual y cotidianamente vivido que me mantiene a la expectativa, a veces silente de lo bello posible por vivir. Y si lloro la muerte, como la he llorado, es por enfrentarme ante la imposibilidad de compartir lo bello junto a lo más bello, porque mi abuela era bella… y eso es todo, todo el periplo, todos los párrafos, todas las palabras, todo el texto ha sido una excusa para decir que me hace falta mi abuela.

Junior Rafael Velázquez León

Viernes, 06 de Septiembre de 2013

Apuntes sobre la palabra

Palabra

Palabra

Apuntes sobre la palabra

1.La palabra no es real
2.La palabra no es realidad
3.La palabra no se domina
4.La palabra nos domina
5.La palabra es arquetipo
6.El arquetipo es metáfora
7.La metáfora es significado
8.La palabra es significante
9.La realidad es referente
10.Lo referente es real incompleto

Junior R. Velázquez L.
16/08/2013

El autor

-El autor-

plumaSin contar el número de ligeras variaciones, recuerdo haber ensayado el comienzo de esta nota de unas diez o quince formas distintas. Aunque sin duda la lengua de Cervantes me ofrece un número mayor de posibilidades, yo escogí no hacerles caso, porque la brevedad de mi vida no me permite jugar con números próximos a la infinitud. Además, comenzar hablando del numero exorbitante de combinaciones posibles que existen para la creación de una línea, es el mejor pretexto que halle -aunque seguramente no el mejor que exista- para introducirnos en la perplejidad de un tema mayor.

Aquí hare una pequeña disgregación para aconsejar a los sensatos, a los serios y adultos que abandonen la lectura, o sean por un momento infantiles y absurdos.

Imaginemos de un modo asombroso que en una noche se nos agote el alfabeto para formar palabras, luego tomemos todas las palabras y hagamos con ellas todas las líneas que puedan resultar; entonces con estas líneas elaboremos los párrafos y de los párrafos realicemos páginas. Y por último extingamos el número de textos variantes que el baraje de las páginas nos pueda brindar. A la final habremos hecho toda la literatura más otras cosas que no vienen al caso. Ahora introduzcamos la idea de que esa bella y única noche fuimos no un hombre ni una mujer, sino la humanidad que por algún motivo quiso hacerse trizas y fragmentarse en diminutos pedazos indivisibles que provistos de consciencia y a falta de imaginación escogieron llamarse individuos, y luego de aquello poco a poco con el pasar del tiempo han ido reapareciendo las obras que escribimos la dichosa noche.

Tomemos un respiro y olvidemos -si es posible- la narración anterior, para pensar ¿qué es un autor? En literatura entendemos al autor como el creador de determinada obra literaria, y para no complicarnos la existencia, decimos que el creador es a la vez el escritor. Pero esto es una falacia del pensamiento, la creación literaria nunca sucede. El escritor en tanto individuo es incapaz de hacer algo en la nada, dado que el individuo se hace sobre otro individuo y un texto se forma a partir de otros textos, que dan como resultado una obra literaria la cual no viene a ser más que el maquillaje de un innumerables conjunto de citas que alguien ha digerido y excretado sobre unos cuantos papeles.

Esto vendría a poner al autor no como creador, sino más bien como una especie de procesador o reciclador que troca en literatura al mundo que ha experimentado. Y la idea de que la creación literaria proviene del escritor en tan solo la exaltación de una Oda fantasiosa que hizo el individuo desde si, para alabarse así. Cuando en realidad el individuo carece de importancia, porque la historia no la hace el individuo, sino la totalidad de ellos son quienes hacen la historia -y la literatura-. Es decir, el escritor como un agente ajeno no viene a expresar a la humanidad. Es la humanidad –y el como parte de ella- quien se expresa en él.

La humanidad lo arrolla, lo asalta y se lo folla. Extirpa la capacidad creadora del individuo y la expropia para sí. Haciendo que la obra literaria no provenga solamente del hombre que es sujeto, sino del hombre que es todos los hombres y pese a ello también es sujeto.

Junior R. Velázquez L.
Martes, 18 de junio de 2013

Poesia

poesiaPoesía

(Conferencia dada en un sueño)

  En el extraño sueño, de colores caídos y sombras revueltas; emergió de las tinieblas la figura promisoria de un feo, horrible, decrepito y triste anciano, que apoyado en su bastón arrastraba sus polvorientos pies por un camino hecho y deshecho con cada uno de sus pasos; esa espantosa efigie de las ruinas de lo que posiblemente un día fue lo que soy,  sopeso su incomoda mirada en la mía, y fue ahí en ese perturbador cruce de visiones que supe de algún modo y sin que nadie me lo dijese, el terrible hecho de que ese viejo era yo.

El viejo que yo era, tanteo la niebla pantanosa del paisaje hasta lograr sentarse al aire y descansar sus brazos sobre una mesa invisible. Mi versión añil sostuvo al escenario en un minuto interminable de silencio, hasta que el mismo decidió irrumpirlo con una voz cálida, con palabras vacilantes y pequeña tartamudez.

Pobremente creo que si nos sentásemos a hablar de poesía quizás no llegaríamos a nada, pero a la vez pienso que tal vez… y solo tal vez, saldrían de algunas pocas bocas unas que otras cosas interesantes que nos aproximasen aunque sea un poquito de eso que es la poesía; para mí lo más seguro es que me halle lejos de esos pocos y revuelto entre esos muchos que no tienen nada importante que decir, pero aun así y sin importarme si este entre pocos o entre muchos, voy a hablar brevemente de la poesía, aunque esto podría significar estar perdiendo mi tiempo, por lo cual estoy en el deber de pedirle excusas a esa chica, esa hermosa mujer que desconozco o no estoy consciente de conocerla, pero tengo la certeza o la conveniente esperanza de que sin importar que hayan pasado tantos años ella este por ahí no sé si oculta pero a la espera de un encuentro o un reconocimiento, y yo ya viejo aún estoy por aquí sin salir a buscarla encerrado en mis pensamientos, soñando y esta vez despierto que me hallo delante de nublados rostros hablando sobre ese tema que se llama poesía; pero también tengo el deber de disculparme con esos cuentos y esos poemas que me vienen persiguiendo y nuevamente vuelvo a postergar, para hablar de vaguedades.

Uno de esos cuentos que no existen o si existen no lo hacen más allá de las murallas de mi mundo invisible, es ese cuento que soñé hace no sé cuántas noches atrás y que no escribí porque al día siguiente descubrí que ese cuento soñado no era mío si no  una adaptación que había hecho mi subconsciente sobre un poema que había leído hace ya un par de años, pero que importa esto…  quizás nada de lo que yo haya escrito me pertenezca o también es probable que ese poema escrito por ese famoso hombre sea mío, solo que él se me adelanto y lo escribió antes que yo lo hiciera; así que con el permiso del difunto voy a echar mi cuento, primero porque creo que va con ese tema del cual estoy tratando de hablar y que apropósito le ando dando vueltas; y segundo y más importante aún es porque contarlo es algo que se me antoja.

  “Una vez había llegado a un pueblo muy pero muy lejano un hombre que ejercía un místico y raro oficio muy distinto a los demás hombres del pueblo, este hombre llamaba a su quehacer poesía y se llamaba así mismo poeta, su llamada poesía le hizo gozar de una fama excepcional entre las mujeres del pueblo quienes se dirigían con frecuencia durante las tardes a la plaza del pueblo solo para escuchar las palabras de este hombre. Las mujeres que se reunían entorno a la plaza fueron contando durante reuniones y festines sobre este misterioso hombre a sus primas, amigas y tías que vivían en otras lejanías.

  La fama de este hombre se fue acrecentando poco a poco, hasta que el rumor de este autonombrado poeta llego a la capital del reino donde sí se conocía la poesía y no tardó en llegar la noticia a los oídos del rey quien era un académico entre académicos.

  El rey conocido por ser amante de las letras fue al pueblo para ver a ese extraño hombre y a escuchar su llamada poesía; cuando el rey llego al pueblo todos los hombres, mujeres, ancianos y niños acudieron a la plaza y al llegar el último hombre a la plaza del pueblo, se escuchó al rey diciéndole al hombre:

-He venido a escuchar su poesía.

  Entonces el hombre que se llamó entre la gente poeta se sintió muy alagado y declamo lo que él llamaba sus mejores versos,  cuando el hombre dijo su ultimo verso no tardaron en escucharse los aplausos de la muchedumbre.  El rey en respuesta de los aplausos le pidió a uno de sus súbditos que le trajese ese grande y pesado objeto en cuya coraza tenia inscritas las palabras “La Real Academia”

  -Usted no es un poeta y lo que hace es cualquier cosa menos poesía- Alego el rey luego de destripar cada verso con la ayuda de ese grande y pesado objeto que sostenía entre sus manos y declamar lo que el extrañamente llamaba verdadera poesía.

  La gente aplaudió y acepto los versos del rey, mas sin embargo… en sus corazones no gustaron tanto como los versos de ese hombre que se fue arrastrando sus sandalias y del cual nunca se supo más.”

El cuento que soñé y este que ahora he escrito distan mucho entre sí, albergan más diferencias que similitudes, pero estas diferencias son solo diferencias narrativas y diferencias estéticas, en esencia son lo mismo pero parecen lejanamente distanciados; este hecho no es una singularidad de la prosa, sino que lo hallamos con más vigor y más fuerza en la poesía; es decir el poema soñado o primeramente imaginado, nunca es el mismo a ese poema transcrito que trata (a veces en vano) de aproximarse a ese dagazo que duro menos de un minuto.

Pero ¿Qué ese dagazo?, ese dagazo que también podemos llamarlo momento poético, es un no sé qué, que me atrevo a describir como el instante infinito en que se tiene la buena dicha de toparse con la belleza evasiva pero siempre presente de la vida; esta belleza evasiva que dura un instante eterno y luego se nos escapa, no solo es escurridiza sino que también es una belleza oculta, que se esconde en el paisaje de las cosas, y cuando se asoma a nuestro encuentro es a veces en forma de una simple consecuencia de esas hermosas cosas que evoco Bécquer en una de sus rimas:

  “Unos ojos que se reflejan en los ojos que miran, unas velas que palpitan encendidas, unas nubes desgarradas, un perfume que se arrastra por el aire, una batalla entre el corazón y la cabeza, unos labios que le responden suspirando a los labios que le suspiran, una esperanza, un recuerdo, un cálculo que se resiste, un misterio para el hombre, o una simple mujer bonita”.

No creo que haya salido mala la adaptación pero de ser así espero que Gustavo sepa perdonarme. Ahora ese momento poético que se deviene por tantas cosas, tenemos que es un momento hermoso, sublime y raro, pero vulgarmente raro, ya que nos sucede a todos, porque todo hombre y mujer puede maravillarse ante el paisaje, sublevarse a una pasión,  entregarse a unos labios, cuestionar la razón y batallar en su interior, es decir la poesía nos asalta a todos,  pero entre toda esa gente que siente (a veces sin saber) esa cosa que se llama poesía, resaltan esos que se empeñan unas veces por necesidad y otras por terquedad (y si me preguntan, yo lo hago por lo segundo) de enmarcar ese instante en un escrito; sobre esa escritura hablare en lo personal, no sé qué le sucederá a los demás pero me imagino que debe ser algo parecido; el acto de escribir tanto prosa como poesía es usualmente un acto de fe, uno no sabe qué va a escribir en ese papel, solo se sabe que se va a escribir un poema que suplica ser escrito, que ya se está cocinando pero no se sabe que es lo que se está cocinando, y tallar esa cosa que se desconoce o se conoce pobremente en un papel, que luego se descubre como una fiereza de papel, al cual hay que machucarlo hasta que surja ese segundo momento poético.

Ese otro místico momento acude no siempre pero si únicamente cuando se escribe, y que es el murmullo de esa otra cosa que casi no se oye y la gente llama musa, ese murmullo de palabras nos lleva a la conclusión de un poema distinto al poema primario (ese soñado), lo que levanta la sospecha y hace caer en no sé si la confusión o la precisión de decir como muchos ya lo han dicho que la poesía no obedece al poeta, si no que el poeta es un instrumento de la poesía, cosa la cual no sé si es cierta, pero imaginemos que es cierto, que ya todas las novelas, los cuentos y los poemas han sido escritos originalmente por un alguien que no se sabe quién es,  y que ese alguien dejo toda la literatura habida y por haber naufragando en una mente compartida e infinita, entonces tendríamos que el único deber del poeta sería estar atento y escuchar la voz de ese poema que lo está llamando y de ese alguien que lo susurra. Eso explicaría esos tantos poemas que he leído y que sin haber escrito dan esa sensación de ser hechos por mí, aunque obviamente yo no pueda escribir tan buenos versos, también está el otro caso, que ocurre cuando nos damos cuenta que esos versos que un día escribimos, ya alguien más los vuelve a escribir un año después o  ya lo escribió otro alguien miles de años antes que nosotros lo hiciésemos pero con otras palabras, cosa también que ya Platón o Sócrates (no sé cuál de los dos viejos fue) pensó antes que yo, él pensó que descubrir era recordar, este pensamiento no sé si platónico o socrático  se podría traducir a que escribir realmente es reescribir.

Lo dicho anteriormente suena fantasioso… y lo es, pero a quien importa, no me interesa tener la razón, existen muchas cosas que ignoro y las pocas cosas que conozco las conozco bien poco, hecho que habrán notado al escucharme divagando,  sin ser muy claro, sin ser muy contundente con este tema tan vasto, tan lleno de gracia, tan bello, y tan místico que es la poesía; y es debido a mi vaguedad, a mi apropósita inclaridez e incontundencia, que incito a la duda de todo lo expresado por mí, que no se me tome tan en serio, que se vea mi opinión como “una revuelta entre muchas”, que no es tan solo mía, sino que en mayor o en menor medida de la gente que he leído y de alguna manera u otra han influenciado en las no sé si torpezas que he escrito, como ese señor a quien admiro y respeto mucho, que me hubiera gustado conocer y que no diré su nombre pero se apellida Borges, el cual ha dejado en el haber de mi mente un concepto muy cercano a esa palabra que está en el título de este escrito; no recuerdo literalmente las palabras con que lo dijo Borges pero las parafraseo así:

  “Un poema no es nada, son solo signos o palabras muertas escritas en un papel que se hacen poesía cuando alguien las lee”

Eso es todo y muchas gracias…

Junior Rafael Velázquez León – Lunes, 05 de noviembre de 2012